Final de sepiembre, para muchos, significa volver a la rutina, temer mirar la cuenta bancaria y empezar a bajar los jerséis del altillo porque el veranillo de San Miguel se despide… Pero para otros muchos, este mes tiene otro aroma: es tiempo de vendimia.
Todos sabemos lo que significa a grandes rasgos, pero lo que cuesta de verdad es ponerse en la piel de esos bodegueros, viticultores y equipos que se pasan un año entero mirando al cielo con un nudo en el estómago. Y más en un 2025 de temporales rompeviñas e incendios demoledores. Llega el momento de recoger —nunca mejor dicho— el fruto de 365 días de esfuerzo, trabajo en equipo y algún que otro susto.
Y claro, yo no podía resistirme a vivirlo de cerca. Así que puse rumbo a la bodega más antigua de Madrid, para escuchar de primera mano cómo ha sido su balance este año y conocer sus instalaciones. Nos quedamos con las ganas de visitar sus viñedos de más de 70 años en la Vega de Chinchón, pero la experiencia mereció la pena desde el primer minuto.



De la mano de Javier, quinta generación familiar, catamos su blanco joven 100% Airén, elaborado de forma totalmente manual y fermentado con mimo cada año. Ellos recomiendan maridarlo con un queso local con romero untable (y razón no les falta), aunque confieso que con una ensalada o un salpicón veraniego es una auténtica delicia: fresco, alegre y muy madrileño.
Los vinos de Madrid van, poco a poco, haciéndose su hueco en el mercado, pero ellos, con su tinto Valdeliceda, ya se han subido al pódium.
Una escapada perfecta para quienes vivimos entre calles abarrotadas, prisas y cafés a medio beber. A pocos kilómetros de la capital, puedes disfrutar de un día tranquilo, entre panaderías de pueblo, buenos restaurantes y, por supuesto, los vinos con alma de nuestra denominación madrileña.


